Saltar al contenido Saltar al pie de página

Reflexiones en una crisis

El mundo siempre ha estado roto.

Pero hoy las grietas no están tan bien ocultas, los bordes deshilachados no están tan bien escondidos. Nuestra debilidad sale a la superficie, queda al descubierto. Nuestras almas reales se muestran sin que nuestros ídolos ocupen espacio.

La seguridad, la seguridad económica, la salud, los deportes, las relaciones, la forma física, la educación, nuestra iglesia… todas las cosas que nos sostienen se han venido abajo. El mundo está patas arriba. La incertidumbre y el miedo traspasan las fronteras, no están reservados sólo a los más desesperados, y nos envuelven a todos.

Las economías se desmoronan, la fragilidad de nuestro sistema sanitario nos deslumbra, la vulnerabilidad de nuestros cuerpos y almas ante fuerzas invisibles y desconocidas ya no se puede negar.

Esta mañana, en El Salvador, la gente hambrienta salía de sus casas enrejadas a las calles. Sus estómagos rugían, sus corazones latían de miedo. Cuando vives tan cerca del borde, no hace falta mucho para empujarte. Los estómagos hambrientos gruñen en todo el mundo mientras una pena colectiva se eleva y se asienta pesadamente sobre nuestros hombros.

¿Qué puedo hacer para reconfortar el alma de un mundo en llamas?

Pero recuerdo que el mundo siempre ha estado en llamas, necesitado, roto y perdido. La diferencia es que hoy se siente tan expuesto, a la vista de todos. Un camino de sufrimiento se extiende ante nosotros. Nos adentramos en el camino y descubrimos quiénes somos realmente. Una crisis puede enseñarnos sobre nosotros mismos… Podemos elegir el miedo o el amor. Podemos preservarnos o tender la mano para servir a los demás.

Hoy damos pequeños pasos… una gota en el cubo, una oración medio susurrada, un mensaje a través de las millas a un amigo temeroso, un dólar donado de más. Amamos porque Él nos amó primero. Servimos porque Él se sacrificó. No es fácil ver a nuestro prójimo cuando no podemos ver exactamente lo que nosotros mismos afrontamos.

Pero ésa es precisamente nuestra llamada, ¿no? Nuestro mandato de vadear las agitadas aguas con un mundo que sufre no termina porque nosotros también suframos. Nuestra llamada a amar frente al miedo no termina porque nosotros mismos tengamos mucho miedo. Y así nos levantamos para afrontar cada día y buscamos formas de servir.

Hemos sido llamados a El Salvador y aquí nos quedamos trabajando para amar a nuestro prójimo, como hacen otros en todo el mundo. ¿Qué puedes hacer allí donde estás? ¿Qué puedes decir? ¿Por quién puedes rezar? ¿Qué espacio desgarrado puedes reparar hoy?

El mundo está roto y eso no va a desaparecer, aunque esta crisis acabe por desvanecerse. Nuestro quebrantamiento tampoco va a desaparecer, pero quizá ahí, en nuestra debilidad, encontremos nuestra fuerza. La fuerza de saber que Dios sigue presente en este mundo, que sigue actuando en los pequeños momentos de amor y servicio. Él tiene una llamada en nuestras vidas que continúa a través de esos pequeños momentos que resonarán por toda la eternidad. Así que hoy nos movemos para seguirle frente al miedo, y con la esperanza de que un día el dolor colectivo se convierta en alegría colectiva.

Para más información sobre nuestra respuesta a la crisis COVID-19 en El Salvador, haz clic aquí.
¡Haznos saber lo que estás haciendo en tu rincón del planeta, y dinos cómo podemos rezar!